jueves, 26 de noviembre de 2009

Familiares y sobrevivientes evocaron a la detenida-desaparecida Valeria Beláustegui

Por Pamela Argañaraz
Cada vez que el presidente del Tribunal toma juramento a los declarantes, formula una pregunta: “¿Tiene algún interés de beneficiar o perjudicar a los imputados?”. “Justicia”, respondieron los testigos que se presentaron ayer en la Sociedad de Fomento “José Hernández”, donde se lleva a cabo el Juicio de Campo de Mayo. Todos fueron citados a declarar por las desapariciones de Valeria Beláustegui, su marido Ricardo Waisberg y su hermano José Beláustegui.
El primer testigo fue Rafael Beláustegui, padre de Valeria y José. En su relato detalló la manera en que se enteró del secuestro de su hija, madre de Tania de dos años y embarazada de tres meses. Supo del secuestro el 13 de mayo, el día en que su consuegra, Reina Waisberg, lo llamó para relatarle la recuperación de su nieta. Confirmó que fue su hijo José el primero en sospechar de la desaparición de Valeria. El joven, militante también, sería secuestrado días después con su mujer, el 28 de mayo.
La siguiente en testimoniar fue la ex detenida-desaparecida Ana María Careaga que contó los sucesos de su propio secuestro y cómo fue llevada al centro clandestino de detención Club Atlético, cuando tenía 16 años y estaba embarazada de tres meses. Relató ante el tribunal lo que supo de José Beláustegui dentro del Atlético y de su mujer, a quienes conoció por sus sobrenombres Julián y Lila. “Donde estábamos, en la celda que le decían ‘quirófano’, un día trajeron a un chico encadenado”, recordó Careaga. Según sus recuerdos, las características físicas coinciden con las del matrimonio, que días después serían trasladados de aquel centro clandestino.
“Se comentaba que se habían ido ‘por unos verdes’; esa era la frase. En ese momento interpretamos que los verdes eran dólares y pensamos que habían sido liberados después de algún pago. Más tarde supimos que ‘los verdes’ eran los militares y que los habían trasladado a Campo de Mayo”.
A su turno, Jorge Waisberg, hermano de Ricado y cuñado de Valeria, narró cómo se enteraron de la desaparición y la recuperación de su sobrina Tania. Asumieron el día 13 de mayo como fecha del secuestro porque ese fue el día en que recibieron un llamado de la Clínica San Antonio de Padua solicitando que los familiares de una pequeña abandonada fueran a buscarla. Aquel día, su madre Reina atendió el llamado y salió para la clínica junto con Jorge y su mujer Graciela.
Consultado por la querella, el testigo recordó que llegaron a la clínica alrededor de las 20 de ese mismo día y fueron atendidos por tres personas. “El último que nos atendió nos dijo que teníamos que ir hasta la comisaría de la vuelta. Que dejara el auto ahí y pasara a buscarlo después. Así lo hicimos”. Al llegar fueron atendidos por el comisario, que le pidió que fuera a buscar su auto y que a su regreso le darían la niña.
A su regreso, le dijeron que habían encontrado a Tania vagando sola por las calles con un cartel colgado del cuello con su nombre y un número de teléfono. “Les dije que era imposible que mi hermano y mi cuñada dejaran abandonada a mi sobrina y que quería ver esa nota para ver si podía reconocer la letra. No me mostraron nada”, detalló Waisberg. “Aprovechá que te dan la nena y andate”, le dijo entonces un oficial.
Mientras Jorge iba en busca del auto, tanto su madre como su esposa fueron interrogadas sobre Valeria y Ricardo. A Graciela, si mujer, le exigieron firmar un acta como condición para llevarse la niña.
“Dos días después hubo un operativo en la casa de mis padres. Me llevaron para interrogarme. Mi suegro era teniente coronel del Ejército y cuando supieron mi parentesco con él, hubo un cambio en el trato que me dieron”, precisó el testigo.
Sobre el embarazo de su cuñada y su paso por Campo de Mayo, el testigo dijo que “lo de Valeria era muy reciente y que pocos lo sabían; sobre que estuvieron en Campo lo supimos por Cacho Scarpati, que dijo haberlos visto ahí”.
Concluyendo su declaración Waisberg, agregó: “Mi madre hoy tiene 90 años y sufre demencia senil, cada vez que pregunta por mi hermano, sufre otro duelo”. En ese preciso momento, Rafael Beláustegui tomaba la mano de su otra hija, que lo acompañó a la audiencia.

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